Un cuento sin final

Por: Luis Alberto Gutierrez

Érase una vez un pueblo que se reía en la ignorancia y se mofaba en su falta de cultura, érase una vez un pueblo que agonizaba, moría, desfallecía y gritaba por ayuda -una ayuda que era ciega ante los ojos del mismo pueblo -, érase una vez un pueblo que se diluía en una pandemia, en un virus asesino y feroz con un nombre extraño pero que sin embargo dejaba mortandad a diestra y siniestra. Érase una vez… érase una vez…

Ya no, señor presidente, ya no se gaste, ya no multe, ya no se moleste; quite el toque de queda, quite los domingos de inmovilización absoluta, ya no haga nada, por favor, ya no haga nada, se lo pido; hemos quedado expuestos, estamos a la merced del fantasma, estamos abiertos de piernas ante la enfermedad. Nuestras niñas siguen siendo violadas, nuestro sistema revienta, nuestros muertos aumentan, nuestros hermanos siguen cayendo y muchos de nosotros con ellos, también; “¡pero quiero mi bono, ah!, salgo a la calle sin mascarilla, total, acá no hay nadie enfermo, señor periodista, ¿qué hace usted con mascarilla?, me humilla, me ofende ¡no me toque!; me importa un carajo la vida de mis hijos, casera, pero yo quiero mi bono, vecina, ay como me dejen sin mi canasta, van a ver nada más, Vizcarra traidor, acuérdate de los pobres, oye…”.

¿Somos conscientes?, no, no lo somos, es una pregunta tan vaga como el escritor que la formula, como el columnista que la expone o como el periodista que la cuestiona; ¿vamos a morir entonces? ¿Zamora no se equivocó?, otra pregunta parecida a alguna retórica mal escrita, sacada de una pesadilla o de un sueño mal soñado.

Por desgracia vivimos en el territorio donde importa más la astucia y sapería de que Zeballos haya decretado cero movimientos masivos a nivel nacional durante todo el año, nos importa más la flaquita, el levante, el patín bien puesto, “¿y ahora nuestro concierto, brother?”, o simplemente el “oye socio, ¿cuánta plata vamos a perder?”. Nuestro país se va al diablo y nosotros merecemos que se vaya al diablo junto con la gran mayoría de damas y sujetos que hoy se ríen pero mañana, seguro que mañana, tendrán que lidiar con un velorio a la nada, un velorio al aire, y ahí, por favor, solamente les pido una sola cosa, sólo una: no lloren, por favor, no lo hagan.

Los justos pagan por pecadores, ¿recuerdan? Esto es un llamado de atención a toda la población ante la inminente pérdida de cientos de personas y de miles de infectados. Es riesgoso jugarse con la vida de los demás pero es más riesgoso aún cuando se es un idiota, y peor aún, cuando se quiere ser un idiota con ahínco; la crueldad de este virus no distingue de edades, de clases sociales, no distingue de sexos, no aprueba o desaprueba: mata. Tan simple como eso: mata. ¿Pero saben algo?, todos se van a zurrar en el mensaje, así como en el mensaje de hace más de un mes. Así que vamos, zurrémonos todos y salgamos a las calles a festejar, ¡vamos! ¡qué esperamos!

Es tiempo, quizá, de hacer lo que más nos gusta pero donde menos tiempo nos ocupamos: de escribir, de dibujar, pintar, conversar, sacar fotos, ser el centro del ridículo en Tik Tok, conversar otra vez, dibujar de nuevo, escribir todo el día pero bien dentro de casita, no es tan difícil amigo, amiga, señor, señora, vecino, vecina, niño, niña, no es tan complicado, ¿o sí?, háganlo, ¿ya?

Vivamos, no merezcamos vivir o sobrevivir en la penumbra. El Perú merece sonreír, no seamos nosotros los verdugos. El cuento va a acabar como mejor escribamos la historia, no la desechemos a la basura, porque así como hay quienes quieren morir y sus vidas les importan una reverenda nada, existen también plumas que a pesar de tener mil pandemias encima, queremos seguir escribiendo.

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