¿Señora?…¡No, señorita!

Por: Wilfredo Pérez Ruiz

Le habrá sucedido que se dirige a una dama aseverando “señora” y de inmediato ésta hace la inelegante, enfática y trillada enmienda “señorita”. Estas frecuentes reacciones altisonantes pueden confundir e incluso crear un sentimiento de culpa. En seguida, quiero ofrecer mis aportes y reflexiones.

Por tradición y según lo dispuesto por la Real Academia Española (RAE) se dice “señorita” a la soltera y “señora” a la casada o de mayor edad. No obstante, esta disposición ha caído en desuso. La progresiva incorporación de la mujer en el mundo de los negocios supone utilizar “señora”, ya que lo contrario equivaldría a anteponer consideraciones de su vida privada e iría en contra de la igualdad de sexos.

Probablemente, a la joven dirá “señorita”, pero corre el riesgo de incomodarla si, a pesar de su juventud, tiene esposo. También, podría acaecer situación similar con una de más de treinta años a la que llama “señora” y aún es soltera. En ambas coyunturas suscitará un posible malestar. Las feministas suponen una indiscreción averiguar el estado civil y, por lo tanto, sostienen que se debiera mencionar solo “señora”. “El día que exista doble opción para los hombres, aceptaremos la doble opción para las mujeres. Nosotras no tenemos por qué divulgar nuestro estado civil”. Comparto este pertinente comentario.

En medio de esta maraña, me permito hacer una pregunta. Si la palabra “señora” es para las casadas y “señorita” para las solteras. ¿Cómo les decimos a las madres solteras, divorciadas o separadas? Se puede generar un verdadero desconcierto: en el quehacer laboral, para evitar contrariedades, diga “señora”, no tiene porqué conocer su situación civil. Si ésta simula alguna aclaración, muestra escaso profesionalismo y estará anunciando “estoy disponible”. Tenga presente que el protocolo empresarial elude diferencias de sexo, edad o condición civil, sino jerarquía.

Recomiendo a las damas soslayar insistir en aclarar su estatus civil; siempre acaecerá un momento oportuno para hacerlo, con prudencia y discreción, a través de una conversación, etc. Eluda respuestas indecorosas como ocurre en nuestro medio. Innumerables mujeres tienen obsesiones y traumas acerca de la denominación asignada por otros. Por su parte, los caballeros obvien inquirir: ¿Señora o señorita?

Asimismo, puede mencionar “señora doctora” como gesto de cortesía. Aunque pocos valoran ser llamados de esta forma. Cuando expreso mi deferencia nombro, por ejemplo: “señor doctor”. Este término significa respeto y honorabilidad. En nuestro entorno se adopta cuando la persona carece de título profesional, olvidando su real alcance. Por desgracia, el encaprichado apego a la calificación académica está conectado con el escaso valor asignado al concepto “señor”.

Los enunciados “don”, proviene del latín domĭnus (propietario o señor), dio origen a la palabra “dueño” y “doña”, procede de domina (señora), originó “dueña”. Ambos se usan antecediéndose al nombre. En España y en sus antiguas colonias se dispuso para separar al plebeyo del noble o al criollo del normal de los habitantes. Mucho después se generalizó a hidalgos y sus descendientes. La anteposición “don” y “doña” no indican un título, sino un tratamiento deferente.

Al referir “don” o “doña” refiera nombre y/o nombre y apellido. Mientras al aludir “señor” o “señora” debe estar acompaño del nombre completo y/o apellido. Es frecuente y desacertado decir “señor Javier” o “señora María”, como acontece en las esferas institucionales y amicales. Si tiene proximidad y existe mutua aceptación, es válido llamar por el nombre de forma directa, a pesar de mantener el “usted”. Un ejemplo: “buenos días Amalia, como está”.

Un comentario entre paréntesis: el tuteo conviene entablarse a partir de una recíproca aceptación. En el ámbito social la dama ejerce la prerrogativa de determinar su práctica; en el contexto laboral, es preferible atribuirlo cuando concurre igual jerarquía, edad y afinidad, acudiendo al sentido común. Es cada vez más reincidente su aplicación. Tenga en cuenta, en todo tiempo y lugar, la inteligente y vigente afirmación: “La prudencia se detiene, donde la ignorancia ingresa”.

En las relaciones humanas evite incomodidades invasivas encaminadas a dañar el enlace iniciado y que causen una errónea imagen personal. La sensatez e incluso el proponer el equitativo tuteo, será lo más aconsejable. Éste debe fluir como resultado del acercamiento y la disposición existente. No todos los hombres y mujeres tienen igual nivel de accesibilidad. Prescinda alimentar desacertadas interpretaciones.

Es importante recurrir a los tratamientos en función de los escenarios; así demostraremos asertividad y tacto. Todavía se tiene la errada percepción que instauran o acentúan deferencias. Convengamos en asegurar su vigencia de acuerdo al grado, la cultura, la circunstancia y, especialmente, inspirados en el propósito de forjar armoniosos y afables lazos de convivencia.

La urbanidad, la tolerancia, la gentileza y la empatía constituyen pilares medulares e inequívocos en el establecimiento y la consolidación de nuestro vínculo con el semejante. Actuemos con coherencia, solvencia y espontaneidad. Recuerde la conocida y pretérita frase: “Lugar que fueres, haz lo que vieres”.

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