Perú: Patrimonio único en el mundo

Por: Wilfredo Pérez Ruiz

La llegada de un aniversario de la independencia nacional despierta nuestra reflexión acerca de la extraordinaria multiplicidad cultural, ambiental, social, étnica y geografía que nos define. Ello me trae a la memoria las palabras del recordado José María Arguedas: “Ese Perú hermoso, cruel y dulce, y tan lleno de significado y de promesa ilimitada”.

A continuación comparto algunos alcances tendientes a aprender y fortalecer el orgullo patrio. En las zonas andinas albergamos la mayor población de vicuñas y alpacas, los camélidos con las fibras más finas y cotizadas a nivel internacional. Tenemos 30 variedades de olluco; 3,000 de papa; 32 de maíz; y casi 25 de quinua. Gracias a las pacientes indagaciones del empresario Fermín Tanguis (1851 – 1930) logramos obtener un algodón -considerado el más selecto del mundo- que lleva su nombre.

La geografía peruana exhibe características únicas y excepcionales en el planeta. Los cañones del Colca y Cotahuasi (Arequipa) están reconocidos como los más profundos; poseemos 1,769 glaciares; 12,000 lagunas de diferentes tamaños; el nevado Alpamayo, ubicado en el Parque Nacional Huascarán (Ancash), fue designado el más bello en la Encuesta Mundial de Belleza Escénica (Alemania, 1966); el río Amazonas, el más caudaloso y fascinante; y el lago navegable más alto: el Titicaca.  

Estamos entre los primeros cinco países del mundo en biodiversidad. Un ejemplo, es el hallazgo en un sólo árbol (el shihuahuaco) en la Reserva Nacional Tambopata Candamo (Madre de Dios) de 5,000 especies de insectos (el 80 por ciento eran una primicia para la ciencia). Además, albergamos 3,000 de orquídeas y 1,760 de aves (la mayor cantidad del orbe). Poseemos 84 de las 104 zonas de vida existentes y 28 tipos de clima de los 32 identificados.

Nuestro país no es solo la tierra del ceviche, el pisco, la chirimoya, la lúcuma, la guanábana, la granadilla, entre otras innumerables fuentes de alimentación. Estamos obligados a reconocer el aporte destacado por el eminente historiador Luis Eduardo Valcárcel en su obra “Historia del Perú antiguo”, cuando afirma: “…Los peruanos precolombinos tienen en su abono ser quienes mayor número de plantas domesticaron sobre la faz del planeta. De ese modo dotaban al hombre de un crecido número de alimentos, entre los cuales sobresale la papa como el tubérculo que libró a Europa de las hambrunas periódicas y ha contribuido a la grandeza del pueblo alemán. Cerca de otras cien plantas útiles pasaron por las manos de los antiguos peruanos para transformarse de silvestres en cultivables, con un pronunciado cambio en cualidades nutritivas y mejor sabor que hace apetecibles. Cultivaron también plantas industriales, como cuatro clases de algodón, el añil, la cabuya, la enea y otras fibras que emplearon, junto con la lana de los auquénidos, en la manufactura de sus magníficos tejidos”. Recordemos que cerca del 40 por ciento de los comestibles han sido domesticados en el Perú.

El océano Pacífico es una fuente singular de recursos que bien vale echar un vistazo. El varón alemán Alexander Von Humboldt -acompañado de su amigo el médico y botánico francés Aimé Bonpland- arribó al Perú el 1 de agosto de 1802, como parte de un extenso viaje por América. Durante su permanencia en los pueblitos de Huanchaco y Huamán (La Libertad) averiguó la temperatura marina. Halló que era cinco grados menor que la correspondiente a esa latitud y lo relacionó con la presencia de un cauce costero que discurre de Sur a Norte. Este fenómeno denominado “Corriente de Humboldt” contiene la producción más rica de plancton y phytoplankton que se conozca.

En nuestro extenso litoral viven 20 de las 67 variedades de los pocos cetáceos y ballenas relacionadas en especies en el mundo. También, ofrece 700 géneros de peces y 400 de crustáceos. Toda una maravilla de la naturaleza que debiéramos aprovechar -de manera racional- para enriquecer la dieta alimenticia de la población.

Humboldt, durante su estadía en Lima, comenta los visibles distanciamientos e indiferencias de la urbe capitalina con el resto de la colonia. En su carta al gobernador de Jaén, José Ignacio Checa, hace estas agudas aseveraciones: “…En Lima no he aprendido nada del Perú. Allí nunca se trata de ningún objeto relativo a la felicidad pública del reino. Más separada del Perú está Lima que Londres, y, aunque en ninguna parte de América española se peca de un patriotismo excesivo, no conozco otra ciudad en la cual ese sentimiento sea más apagado”. Más adelante añade: “…Hay pocos lugares donde se hable más y se obre menos”.

Asimismo, nuestra herencia cultural es un semillero inagotable de permanentes revelaciones que contribuyen al afianzamiento de nuestra identidad. Una muestra es El Señor de Sipán, un antiguo gobernante del siglo III cuyo dominio abarcó una zona del Perú. Sus tumbas marcan un importante hito en la arqueología continental porque, por primera vez, se halló intacto -y sin huellas de saqueos- un entierro real de una civilización anterior a los incas.

Otra joya de nuestros antecesores es Caral que, además, ha sido declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco. Situada en el Valle de Supe -200 kilómetros al norte de Lima-  tiene 5000 años de antigüedad y es la capital de la civilización Caral. Fue contemporánea a las civilizaciones de la China, Egipto, India y Mesopotamia. Este sitio tuvo una organización teocrática y estuvo rodeada por culturas enmarcadas en lo que se denomina “sociedad aldeana”.

De otra parte, científicos de todas las disciplinas nos han visitado atraídos por la amplitud de las investigaciones que ofrecemos. Acogemos una inmensurable “cantera” de recursos que despiertan admiración. El profesor y botánico alemán Augusto Weberbauerel, el escritor y geógrafo inglés Clements Markham, el médico y antropólogo alemán Ernst W. Middendorf, el explorador y pensador italiano Antonio Raimondi, son unos de los tantos hombres de ciencias involucrados con el estudio del Perú, cuyo legado estamos obligados a valorar.

Guardo especial tributo por el descubridor de la “Puya Raimondi”. Luchador inclaudicable, marchó hacia su fin motivado por el anhelo de revelar el país con el que se identificó. Superando adversidades logró publicar el primer tomo de su volumen “El Perú” (1874), dedicado a la juventud. Allí escribió: “…Confiado en mi entusiasmo he emprendió un arduo trabajo superior a mis fuerzas. Pido pues vuestro concurso. Ayudadme, dad tregua a la política y consagraos a hacer conocer vuestro país y los inmensos recursos que tiene”. Este texto es un documentado recuento de nuestra herencia natural y cultural que incluye descubrimientos, asientos mineros, haciendas de la costa y sierra, fundación de pueblos y ciudades, entre otros pormenorizados apuntes. Hoy tengamos presentes lo dicho por él: “En el libro del destino del Perú, está escrito un porvenir grandioso”.

Poseemos un horizonte privilegiado. No obstante, una visión crítica siempre facilita entender la compleja realidad de una república invertebrada, insolidaria y apática que, sin embargo, reposa sobre un pasado majestuoso que debiera orientar nuestras inspiraciones. Por lo tanto, nos corresponde asumir lo enfatizado por César Vallejo: “Aunque se me haya ocurrido odiar al Perú, ese odio estaría impregnado de ternura”.

Hagamos un análisis destinado a superar nuestros intensos y recurrentes desencuentros que evitan forjar puentes de entendimiento y coexistencia. Trabajemos para vencer prejuicios, complejos, discriminaciones y todo aquello que nos aparta de los grandes objetivos nacionales. ¿Por qué nos resulta tan difícil entender que cada uno de nosotros es la “materia prima” con la que se construye el destino colectivo? Reconozcamos, en los momentos actuales, la urgencia de asumir el “cambio” como un imperativo.

Estimado lector, abrigamos mil razones para elevar la autoestima, engrandecer la sensibilidad, percibir el futuro con esperanza y plenos de actitudes positivas. Forjemos sentimientos de unión fraternal, abracemos nuevas realizaciones por el bien común, consolidemos esfuerzos, aunemos voluntades y sentamos euforia por nuestras raíces milenarias y, consecuentemente, por nuestra representativa pluralidad en la que confluyen “todas las sangres”.

 

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