Mis reflexiones de fin de año
Por: Wilfredo Pérez Ruiz
Escribo estas líneas en vísperas de la culminación del 2020. Días de apremios, agasajos, saludos y preparativos para algunos; de reflexión, evaluación y análisis para otros. Estas jornadas incitan pensar en lo que hubiéramos deseado forjar y que, por diversas circunstancias, no conseguimos concretar; también en los planes culminados con éxito.
La humanidad experimentó un acontecimiento de conmovedoras dimensiones que ha ocasionado muerte, enfermedad, desempleo, aislamiento, parálisis de la economía, entre otras dolorosas secuelas. Al respecto, comparto el mensaje del Papa Francisco por la Navidad: “…No se puede esperar que los nacionalismos cerrados nos impidan vivir como la verdadera familia humana que somos. No podemos dejar que el virus del individualismo gane y nos deje indiferentes al sufrimiento de los otros hermanos”.
Hemos replanteado nuestros objetivos asumiendo una realidad impensable. Sin embargo, lo acaecido ha revelado el invaluable significado de la empatía, la tolerancia, la solidaridad, la resiliencia y la necesidad de renunciar a la apatía, la resignación y la indolencia como un estilo de vida. Ha sido un período de sensibilidades y aprendizajes.
Esto me trae a la memoria las expresiones de Tales de Mileto: “La esperanza es el único bien común a todos los hombres. Los que todo lo han perdido lo poseen aún”. Este famoso intelectual de la Grecia Antigua -considerado el primer filósofo de la historia y fundador de la escuela jonia de filosofía- encabezó el grupo de los “siete sabios de Grecia” y tuvo como discípulo a Pitágoras.
Escuchaba hace unos días el siguiente comentario: “Las personas vemos solamente el medio vaso vacío y no el medio lleno al hablar del éxito”. Recordé que cuando no cristalizamos las realizaciones propuestas evitamos mirar la otra “mitad” tangible de lo alcanzado; otorgamos demasiada importancia a sucesos nocivos. Todo suceso trae infinitas y enriquecedoras lecciones que moldean el crecimiento moral y espiritual de los seres humanos.
Estoy convencido que debemos abrigar mil razones para robustecer nuestra autoestima, mirar el porvenir con sentimiento esperanzador, estar plenos de sueños y albergar actitudes ciertas. Veamos el “medio vaso” colmado de proezas favorables, alimentemos nuestras energías y advirtamos el momento que se vislumbra ante nuestros ojos.
Hagamos un esfuerzo honesto para aceptarnos y concebir una armoniosa reciprocidad enmarcada en la convivencia, el respeto y el entendimiento; alejada de discriminaciones, marginaciones, prejuicios, agrestes enfrentamientos y ausencias de buenos modales. Convendría proponernos ser mejores hombres y mujeres y, especialmente, protagonizar el cambio que exigimos. Hagamos de cada acto, por más pequeño que sea, un referente de inspiración.
Identifiquemos las placenteras vivencias cotidianas a nuestro alrededor con la intención de evitar idealizar la felicidad; ésta se encuentra en las actividades nobles que cumplimos, en el amor que otros nos consagran, en la satisfacción de ayudar al prójimo, en el deleite de compartir con familiares y amigos, en el sosiego interior de obrar con transparencia y decencia, entre otros breves, intensos y hermosos espacios.
Aprendamos a auxiliar, educar, transmitir y agradecer. Samuel Johnson, el afamado poeta inglés, afirmó: “La gratitud es un producto de la cultura; no es fácil hallarla entre la gente basta”. Hoy tiene mayor connotación reconocer a quienes ofrecieron sus adhesiones y acercamientos. Esta virtud la asimilé del prístino testimonio de mis recordados padres Danilo y Amelia.
Seamos capaces de replantear nuestras existencias, reconocer errores, omisiones y apreciar las acciones que posibilitaron nuestra prosperidad. Un nuevo tiempo es una magnífica oportunidad para proponernos no solamente intenciones en el ámbito profesional. Aconsejo tener la grandeza de evolucionar; es decir, superar miedos y las cicatrices emocionales que tanto nos hieren, limitan y deterioran.
Anhelo un amanecer de perseverancias para luchar por una sociedad unida, racional y capaz de interiorizar la concordia colectiva; anhelo que nuestras aspiraciones estén acompañadas de una sólida valoración personal a fin de combatir la sumisión, el egoísmo, la parálisis de la creatividad y lograr el bienestar integral; anhelo que rechacemos el lacerante conformismo, la inercia y la mediocridad; anhelo convertirnos con espíritu autocrítico en excelsos hijos de Dios; anhelo comenzar a mirarnos con verdadero amor cristiano y hermandad.
¡Felicidades, alegrías y bendiciones para el 2021! Tengamos con nosotros -como antorcha que ilumine nuestro camino- lo manifestado por el Su Santidad Francisco: “Que sus rostros conmuevan las conciencias de las personas de buena voluntad, de modo que se puedan abordar las causas de los conflictos y se trabaje con valentía para construir un futuro de paz”.