24/01/2025

Librepensantes y libreopinantes

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Por: Erick Vásquez

Usualmente acudo a distintas cafeterías de Lima y, pese a que me esfuerzo por concentrarme en la lectura de un libro o en la escritura de un nuevo texto, siempre termino escuchando alguna conversación de otros concurrentes. Existe una infinidad de temas que se escuchan en una cafetería si uno agudiza un poco el oído y presta atención.

Hoy, por la mañana, no fue la excepción. Me desperté temprano, tomé un libro de mi biblioteca al azar y salí de casa con dirección a una cafetería. Eran las 10: 00 a.m. Mientras caminaba me coloqué los audífonos y empecé a escuchar música.

Ingresé en la cafetería y me pedí un café americano. Este tipo de café tiene un aroma fuerte que ayuda a despertar inmediatamente. Abrí el libro que tenía conmigo y empecé su lectura: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento…”.

(Sí, adivinaron, empecé a leer por quinta vez Cien años de soledad. No menciono su autor, porque es sumamente conocido, sin embargo, si lo desconoces, te brindaré una pista: es colombiano. No diré más sobre él.)

Mientras terminaba aquel sinfónico párrafo, escuché que dos jóvenes, de aproximadamente veinticinco años conversaban emotivamente. Ella le decía que: “yo soy absolutamente imparcial en las entrevistas que realizo. No me gusta ser patera.”

(“Patera” o “Patero”, dícese de aquella persona que brinda elogios a otra con la finalidad de obtener algún beneficio mediato o inmediato. En algunas ocasiones también se usa el término “Patería” cuando el sujeto enunciador es plural. Por ejemplo: “Hay que hacerle la ‘patería’ al profesor”)

Su compañero de mesa agregaba que él trata de entender al entrevistado y hacerle las preguntas que considera más convenientes. “Pero el periodista tiene que ser incisivo”, imprecaba ella. Él, resignado, se limitó a declarar que siempre dependeremos de alguien, ya sea jefe, pareja, amigos, y otros, y para evitar algún comentario “inadecuado” en diversas ocasiones tenemos que someter nuestras opiniones al silencio para no ocasionar un disgusto o poner en peligro una relación laboral, sentimental o amical.

 No mentiré si digo que le pedí al mesero otra taza de café y un sándwich. Continué escuchándolos. Ella insistía en que nadie la obligaría a cambiar de opinión y que estaba dispuesta a defenderla, incluso a merced de perder trabajo, romper con su pareja o eliminar amigos, incluyendo los de Facebook. Él, en forma más cautelosa, concluyó: “Los años, tal vez, me den la razón”.

Esta última frase se me ha quedado grabado hasta este instante en que escribiendo estas palabras intento comentarles mi experiencia matutina. Ahora mismo me pregunto: ¿Somos realmente independientes al opinar? ¿Nuestra opinión está inconscientemente condicionada? ¿Somos realmente librepensantes y libreopinantes? O, ¿somos librepensantes, pero no libreopinantes?

Escribo este texto con la sensación de que en algún momento he sido influenciado inconscientemente y he opinado en forma diferente a mis convicciones. No estoy seguro si la influencia provino de la televisión, de mi ámbito laboral, de mis relaciones sentimentales, o de mis amistades.

No estoy seguro si aquellos jóvenes de la cafetería han sido, son y serán librepensantes y librepensadores. Lo único cierto es que aquella conversación, aunque parecía banal contenía un significado, que aplicado a nuestra cotidianeidad, parece trascendental.

 

 

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