La vigente obra de José María Arguedas

Wilfredo Pérez Ruiz

Han transcurrido 50 años del deceso de José María Arguedas Altamirano (Lima, diciembre 2 de 1969), uno de los narradores más destacados del siglo XX y, además, renombrado poeta, ensayista y escritor. Evocar su legado es ingresar en el dilatado conocimiento del universo andino que, nuestro recordado hombre de letras, defendió con intensidad.

Su cometido no ha sido muy difundido, pese a su trascendencia e influencia. Se debe destacar su estudio del folclore, en particular de la música andina como resultado de su estrecho contacto con cantantes, músicos, danzantes de tijeras y bailarines de todas las regiones. Ha sido significativa su contribución a la revalorización del arte indígena, reflejada en el huayno y la danza.

Un ser complejo, como son las grandes figuras. Torturado por su depresión, su lucha interna, su conflicto y su amor por nuestra patria. El éxito profesional le llegó a la par del incremento de sus malestares psíquicos que, finalmente, concluyeron -por propia voluntad- con su existir. Fue un estudioso al que estamos obligados a leer para lograr una aguda mirada de nuestra diversidad cultural.

“Quedó en mi naturaleza dos cosas muy sólidamente desde que aprendí a hablar: La ternura y el amor sin límite de los indios, el amor que se tienen entre ellos mismos y que le tienen a la naturaleza, a las montañas, a los ríos y a las aves. Mi niñez pasó que nada entre el fuego y el amor”, expresó José María.

Vivió entre los lugareños de San Juan de Lucanas (Lucanas, Ayacucho) y en diversas zonas de la sierra (Ayacucho, Abancay, Huancayo, Cusco, etc.). “Mi padre tenía un espíritu vagabundo, no podía estar en un pueblo más de uno o dos años”, señaló el escribiente de “Ríos profundos”. Los terribles sufrimientos de su infancia marcaron su vida, emociones y autoestima. En su texto “La novela y el problema de la expresión literaria en el Perú” (1950), precisó: “…Una bien amada desventura hizo que mi niñez y parte de mi adolescencia transcurriera entre los indios de Lucanas, ellos son la gente que más amo y comprendo”.

En 1965, Arguedas dijo: “Voy a hacerles una curiosa confesión: yo soy hechura de mi madrastra. (Ella) tenía el tradicional menosprecio e ignorancia de lo que era un indio y como a mí me tenía tanto desprecio y tanto rencor como a los indios, decidió que yo había de vivir con ellos (…) Los indios vieron en mí como si fuera uno de ellos, con la diferencia de que por ser blanco acaso necesitaba más consuelo que ellos”.

Su primera vinculación con la creación artística fue el poema “Amor” de Manuel González Prada. Más tarde, durante sus vacaciones escolares (1925), descubre la novela “Los miserables” de Víctor Hugo y se deslumbra tanto que se aprende de memoria largos párrafos. Desde temprana edad hizo suya la lengua y la cosmovisión campesina.

Trabajó con el arqueólogo Julio C. Tello en el Museo de Arqueología Peruana (1939) y en 1946 con el historiador Luis E. Valcárcel en el Instituto de Etnología. Durante la gestión en el Ministerio de Educación del creador de “Historia del Perú antiguo”, Arguedas laboró como conservador general de folclor. Por encargo de Valcárcel estudió la feria de Huancayo, entre otras importantes indagaciones.

Al mismo tiempo, fue traductor y difusor de la literatura quechua, antigua y moderna, ocupaciones que compartió con sus cargos de funcionario público y docente. Su obra refleja sus experiencias recogidas de la realidad andina y está representada, principalmente, en sus libros “Agua” (1935), “Yawar Fiesta” (1941), “Diamantes y pedernales” (1954), “Los ríos profundos” (1958), -por el que recibió el Premio Nacional de Novela en 1959- “El Sexto” (1961), “La agonía de Rasu Ñiti” (1962), “Todas las sangres” (1964) y “El sueño del pongo” (1965).

“El zorro de arriba y el zorro de abajo” (1969), publicada en 1971, merece una mención especial. Es una novela dramática narrada con interrupciones en la que describe su deseo definitivo de terminar con su vida y en la que alterna su proyecto literario con la trama de unos diarios personales en los que describe su intolerable ansiedad. En el ensayo “’El zorro de arriba y el zorro de abajo’ de José María Arguedas: el discurso de la muerte” de María Gladys Marquisio y Andreína Martínez Chenlo refieren: “El libro consta de tres diarios y de un ¿último diario? en el cual el autor hace el balance final y decide su muerte. La relación entre diarios y novela es más interna que ficcional: el autor escribe los diarios cuando la depresión o la angustia profunda que padece le impiden continuar la novela. El primer diario comienza con la decisión de matarse. Ya en el segundo diario el autor ha aplazado el suicidio porque tiene una novela entre las manos. En el tercer diario declara que la asfixia detiene a la ficción. En el ¿último diario? da por concluido el proceso”.

Su composición literaria ha sido compilada en “Obras completas” (1983). También, realizó traducciones y antologías de poesía, y cuentos quechuas. Sin embargo, sus faenas de antropología y etnología conforman una fecunda producción que todavía pendiente de revalorarse e incluirse en el debate nacional.

Nos permitimos afirmar, quienes lo hemos leído, que él nos hizo cambiar nuestro concepto del país. Aplicó sus vastos talentos a su creatividad, lo que hizo posible brindar mayor rigurosidad al análisis del contexto andino. Una labor rica, de gran calidad e integración. Su labor articula un acucioso esfuerzo por unir esas dos mitades del Perú. A través de ella podemos advertir ese “Perú profundo”, como decía el historiador Jorge Basadre.

“Todas las sangres” es considerado su legado más representativo por su afán de mostrar la variedad de tipos humanos que conforman nuestro territorio y los conflictos determinados por los cambios que origina en las poblaciones de la serranía el progreso contemporáneo. Allí refleja su anhelo de que la cultura andina tenga un lugar especial en el futuro de nuestra comunidad. A Mario Vargas Llosa le escribió, sobre su afamada producción: “…Es extensa y he pretendido mostrar una especie de corte transversal de nuestro país. Se llama por eso Todas las sangres y ojalá que sea tan verdadera como me parece” (octubre, 1964). El Premio Nobel de Literatura comentó de Arguedas: “…Entre los escritores nacidos en el Perú es el único con el que he llegado a tener una relación entrañable, como la tengo con Flaubert o con Faulkner o la tuve de joven con Sartre…”.

Nuestro memorable indigenista entendió la literatura como una misión humanista y social. Así lo evidencia su entrega por los indios y marginados. Examinar su herencia peruanista es una obligación para adentrarnos en la comprensión de una patria invertebrada, escasamente solidaria y colmada de desencuentros. Su hazaña constituye un estímulo en el enmarañado proceso de acercarnos a nuestra identidad a fin de entendernos, aceptarnos y contribuir a forjar una sociedad en donde convivamos “todas las sangres”.

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