La vida es como los palos, a veces juegan para la alegría, muchas otras para el llanto
Por: Luis Alberto Gutiérrez
Daniel –o ‘cabezón’, como solían llamarte tus amigos más cercanos –, aún es difícil asimilar la idea de no volver a escuchar tu poesía convertida en narración, aún duele, ¿sabes?, arde y jode hacerse a una idea a la mala, por obligación, una idea que no podemos – o queremos –ver, una idea que mata y que será complicada sobrellevarla, para nosotros y para tu familia, para tus amigos y para el fútbol, para el Perú y para todo el mundo.
Tu zurda y tu mediocampo se harán sentir en la pichanga de los lunes con los amigos de siempre, en la peña de los viernes, en los pasillos del canal, en el dormitorio de tu casa, en los sillones de la sala. Pero dejas un legado de perpetua admiración –las ventajas de irse joven es quedar en la inmortalidad así, joven -, una admiración que será velada para todos y por todos los que fuimos testigos de la pasión que irradiabas en cada encuentro, en cada partido, en cada momento. Desde el más simple, hasta el más complejo.
En la pantalla chica perdurarán tus gafas negras, ¡allí estarán!, para no irse jamás, tu sonrisa del ‘pata’ bonachón, compañero y consejero dentro y fuera de las canchas, no es una apología al que ya no está, es recordar sencillamente, recordar y nada más…
Escribías, y de la mejor manera; cada línea narrada en el micrófono parecía sacada de algún libro original de tu mente. Gracias a aquella creatividad que destilabas pudiste pasar a hacer una insignia del fútbol peruano y del deporte en general, del periodismo, de la vida. El mundo cambia, el mundo da vueltas y la vida continúa, sigue su rumbo –o al menos eso dicen, ¿no? -, pero ay, carajo; cómo dueles, Daniel. Cómo dueles aún.
“¡Tú también nos llevaste al Mundial”, escuché hoy por la mañana, y sí, cuánta razón tienen. Tus comentarios atinados, siempre con educación y aplomo, seguridad y relevancia fueron dueños de la verdad en miles de clásicos y en los ya recordados partidos de la blanquirroja; aquella que viste clasificar al Mundial y que gritaste junto a todos gracias al primero de Farfán y al segundo de Ramos, que lloraste y palpitaste en esa cabina bendita que te tuvo ayer y que hoy te sigue teniendo, Mundial que verás desde el palco central del cielo allá en Rusia, haciendo gritar a Papalindo y a todos los de arriba con esa misma voz, aquella que nos regalaste por siempre, aquella que nos hizo vibrar y que tendremos grabada en nuestros corazones, escucharemos en nuestros oídos, y claro, en todos nuestros recuerdos al ver una cancha verde de fútbol o simplemente, pensemos en el buen amigo, pensemos en ti.
Me queda nada más agradecerte, Daniel Peredo. Agradecerte, sí ¿Despedirme?, no; creo que no es buen momento y creo que nunca lo será. Más bien, guárdanos lugar allá arriba, sepáranos sitio en Occidente, Oriente, Norte y Sur, que ya pronto estaremos por esos lares y gritaremos juntos y seguiremos unidos por el balón, aquel balón que irónicamente, te fuiste haciéndolo rodar.
Te prometo, Daniel Peredo Menchola, ¡por tu mamacita!, que una más va a haber; que no sé si es justo que estés rindiéndole gloria a Perú en las alturas, pero sé que es cierto; que no era hoy, no, pero, consejo de patas, pídele la pelotita parada al flaco, siempre la pelotita parada para que, ahí, en el área, de nueve, de goleador, volvamos a cantar un gol. Que, por favor ¡ay, si tú quisieras, Daniel!, bajar un ratito para recordarnos que ¡la tocó, la tocó, la tocó!; que tienes un país rendido que llora hoy tu partida, pero con los huevos bien puestos, para recordarte hasta el final.