La majestuosa Reserva de Salinas y Aguada Blanca
Por: Wilfredo Pérez Ruiz
A pocas horas de la capital arequipeña, en Pampas Cañahuas -camino a la localidad de Chivay (Caylloma), el punto central de llegada al Valle del Colca- se encuentra la Reserva Nacional de Salinas y Aguada Blanca, una de los más importantes sitios dedicados a la protección de los camélidos sudamericanos que, hace unos días, ha cumplido 41 años de creación.
Pampa Cañahuas, con una extensión de 314.447 hectáreas, es de fácil acceso desde la Ciudad Blanca. Cubre un vasto sector que abarca parte de los distritos de Arequipa, Cayma, Yanahuara, Chihuata y San Juan de Tarucani. Se ubica a espaldas de los excepcionales volcanes Chachani y Misti. En esta región abundan vicuñas, guanacos, alpacas, tarucas y variedades ornitológicas oriundas y migratorias y, especialmente, destaca la presencia de cóndores, aguiluchos, patos de puna, flamencos y perdices serranas.
Alberga 358 géneros de plantas que utilizan los lugareños como medicina, combustible, alimento o brebaje de ritos mágicos o religiosos. Este bello e incontrastable territorio posee una fauna típica de la puna seca de América del Sur, adaptada a los cambios de clima y temperatura propios de este sistema ecológico. Se han registrado 179 especies de vertebrados, 24 de mamíferos, 144 de aves, cuatro de anfibios, reptiles y peces, respectivamente.
Salinas y Aguada Blanca fue concebida para la protección de vicuñas. En la actualidad constituye el principal acopio de agua de la ciudad de Arequipa y alrededores. Su ecosistema proporciona un inestimable servicio ambiental: los vientos llegados desde el altiplano puneño-boliviano provocan lluvias, nieves y granizos -entre octubre y abril- que son retenidos por los yaretales, queñuales, pajonales y tolares, almacenándolos en bofedales, lagunas y subsuelo. De allí son liberados a lo largo del año regulando el ciclo hidrológico para beneficio de los pobladores.
En la época pre-cerámica (8,000 años a.c.) estuvo habitada por cazadores nómadas dedicados a la captura de vicuñas y guanacos y, además, la colecta de huevos, semillas y anfibios. Así lo evidencian las representaciones en las cuevas de Mollepunco en La Pulpera (Callalli), Sumbay y Tarucani, emparentadas con las pinturas de Toquepala y Mazo Cruz y los petroglifos de Toro Muerto (Corire).
Este escenario suscitó que, en 1974, el científico alemán Rudolf Hofmann -integrante de la Misión de Cooperación Técnica de la República Federal Alemana que dirigía los programas de conservación de la vicuña en la Reserva Nacional de Pampa Galeras (Lucanas, Ayaciucho)- sugiera a Felipe Benavides Barreda (1917-1991), presidente de la Asociación Pro-Defensa de la Naturaleza (Prodena), llevar los ejemplares excedentes de Pampa Galeras a Aguada Blanca. Una propuesta pertinente encaminada a asegurar el éxito de las acciones para recuperar este camélido.
En aquellos tiempos se estaban implementando las primeras medidas para salvarla de su inminente extinción. Se había fundado la Reserva Nacional de Pampa Galeras (1967) -sobre las tierras cedidas por la comunidad campesina de Lucanas- a solicitud del prestigioso biológo británico y héroe de la Segunda Guerra Mundial, Ian Grimwood y se requerían nuevos espacios aptos para contribuir a intensificar su preservación. Dentro de ese contexto, esta iniciativa fue bienvenida.
Durante la “Segunda Convención Internacional sobre Camélidos Americanos” (Puno, 1975) Felipe se reunió con el experto boliviano Armando Cardozo González (1928-2008) -coautor del Convenio de la Vicuña suscrito en 1969 entre Bolivia y Perú- y coincidieron en encomendar esta inquietud a Mauricio de Romaña Bustamante (1935), gerente de la Asociación de Criadores de Alpacas del Perú, colaborador de la Asociación Internacional de la Alpaca y respetado agricultor, eminente empresario y conocedor acucioso de la geografía altoandina.
Mauricio es considerado, entre otros tantos méritos, el “redescubridor del Valle del Colca” y gestor del Santuario Nacional Lagunas de Mejía (Islay, Arequipa). Es un conciudadano íntegro, querido y, además, un luchador empecinado en salvaguardar el patrimonio natural e impulsar su explotación sostenible a través del ecoturismo. Tiene varias décadas promoviendo el turismo -muchas veces sin merecer la comprensión necesaria- como un elemento fundamental para la economía regional. Es autor de los libros “Descubriendo el Valle del Colca” y “El Valle de los Volcanes”.
En aquella reunión se aprobó una moción de la Federación Agraria de Arequipa, respaldada por todas sus autoridades departamentales, solicitando se declare Aguada Blanca como reserva nacional y de inmediato remitir este pedido al ministro de Agricultura, Enrique Gallegos Venero. De esta forma nació la idea de su constitución: no obstante, el camino para concretar su nacimiento estuvo inmerso en trabas e indiferencias.
Para hacer realidad esta propuesta se requería de una sustentación técnica. Se convocó a Guillermo Roberts, joven ornitólogo norteamericano encargado de la elaboración de un interesante proyecto en el que afirmó: “…La Reserva Nacional Aguada Blanca, al ser debidamente vigilada, creará una zona de influencia, por lo tanto, da mayor seguridad o protección en toda la zona alrededor del área…Es evidente que el aumento considerable de vicuñas en Pampa Galeras obliga al gobierno a declarar otras reservas”.
Los estudios fueron presentados al Concejo Provincial de Arequipa. Éste hizo suyo el pedido y demandó al gobierno la declaratoria de reserva. Mauricio de Romaña evoca estos episodios: “Se recuerda con emoción aquella ceremonia en pampa Cañahuas, de un 26 de marzo de 1975. Entonces, el ingeniero Guillermo Lira, alcalde de la ciudad de Arequipa, acompañado por las principales autoridades civiles y militares, y con los señores Felipe Benavides y Guillermo Roberts de Prodena; la señorita Rosa Bernedo y Demetrio Ramos, por la Federación Agraria y un importante grupo de periodistas y entusiastas conservacionistas, suscribieron el acta solicitando al gobierno la creación del ´Parque Nacional de Aguada Blanca´, ante un imponente escenario entre los majestuosos volcanes Misti y Chacani”.
Luego de enredadas gestiones gubernamentales, el 20 de mayo de 1977, este anhelo se hizo realidad al instituirse la Zona Reservada de Pampa Cañahuas con la intención de asegurar su resguardo. Dos años después, el 9 de agosto de 1979, se establece oficialmente la Reserva Nacional de Salinas y Aguada Blanca, entre las jurisdicciones de Arequipa y Moquegua, con una superficie de 366.936 hectáreas. Casi cuatro años tardó la compleja burocracia del Ministerio de Agricultura en aprobar la fundación de este lugar requerido para acoger la sobrepoblación de vicuña de Pampa Galeras.
La Reserva Nacional de Salinas y Aguada Blanca es una singular y genuina expresión de nuestra amplia biodiversidad con un valioso potencial económico que puede contribuir a mejorar la calidad de vida de los olvidados aldeanos que deben enfrentar la caza furtiva de la especie con la lana más fina y valiosa: la vicuña. En síntesis, un recurso silvestre de innegable significado para el hombre andino.
También, converge una muestra de la admirable pluralidad étnica, ancestral y cultural del país de “todas las sangres” y de un esplendor incontrastable e inspirador de la aseveración del sabio italiano Antonio Raimondi: “En el libro del destino del Perú, está escrito un porvenir grandioso”. Sus paisajes, lagunas, nevados y accidentada composición territorial hacen aún más grandioso este reducto de la naturaleza peruana.
Mi homenaje a los genuinos gestores de tan imponente escenario andino. Es imprescindible resaltar estos sucesos en un medio colmado de ingratitudes, desmemorias y mezquindades que impiden reconocer las hazañas forjadas por una generación de compatriotas idealistas, visionarios y altruistas que marcaron un hito en la historia del movimiento ecologista. Todos ellos estuvieron alejados de los sórdidos intereses puestos en práctica que han transformado esta lúcida causa mundial en un lacerante instrumento de “hipocresía, corrupción y deshonestidad”, como aseveró con sagacidad Felipe.