Enrique Barreto: Un enamorado del Perú
Por: Wilfredo Pérez Ruiz
En gesto enaltecedor el Consejo Directivo del Patronato del Parque de Las Leyendas – Felipe Benavides Barreda (Lima, Perú) – el más representativo centro arqueológico, botánico y zoológico de nuestra capital- decidió, hace unos días, denominar a su atractiva Zona Selva con el nombre de José Enrique Barreto Estrada: respetable gestor, fundador y expresidente de esta importante entidad social, educativa y cultural; un personaje emblemático en su historia.
Seguidamente comparto una apretada reseña -que a su solicitud de sus hijos tuve el privilegio de formular en tan emotiva ceremonia- acerca de una vida colmada de hazañas, entregas y realizaciones. Una existencia enaltecida por virtudes y principios imperiosos de resaltar e imitar en momentos de lacerante crisis moral. Su trayectoria es una oportunidad para recobrar la ilusión y la esperanza en el futuro que se vislumbra ante nuestros ojos.
Nació el 1 de marzo de 1925 en Barrios Altos (Lima) e integró una familia de seis hermanos. Su padre se desempeñaba como recaudador de impuestos para el gobierno. En consecuencia, debió residir, por más de una década, en diversas urbes. Cuando tenía dos años emprende un largo periplo -con breves espacios de permanencia en Lima- hacia Arequipa, Apurímac, Ayacucho, Cusco, Junín, Piura, Ica, La Libertad, entre otros departamentos en los pasó su niñez y adolescencia.
En 1944 ingresó a la Escuela de Oficiales de la Fuerza Aérea del Perú (FAP). Se recibió como piloto de bombardeo de la Promoción “Teniente Comandante Leonardo Alvariño” (1949), un valeroso aviador caído en el conflicto del Putumayo (Colombia, 1933); el primero en volar de Lima a San Ramón y primer jefe de la Base Aérea de San Ramón (Junín) y, además, pionero y precursor de la Línea Aérea de la Montaña.
Enrique empezó su carrera profesional como oficial en Talara (Piura); siguió estudios y capacitaciones en Panamá, Estados Unidos y Argentina; piloteó aviones C-47, Twin Otter, Buffalo, B-25 y Canberra; laboró en el Servicio Aerofotográfico Nacional; instituyó Transporte Aéreo Nacional de Selva (TANS) de la FAP; ejerció como agregado en nuestras embajadas en Argentina y Chile, entre otras significativas funciones.
Su actuación le facilitó viajar a múltiples regiones del país como Chiclayo (Lambayeque), en la que habitó diez años. En esta localidad conoció a Carmen Sánchez La Rosa, con quien contrajo nupcias (1952). Tuve el inmenso agrado de forjar con su esposa una relación de afecto y cariño. De su enlace matrimonial nacen Carmen Susana, Orietta Graciela, Patricia Susana, Mónica Ana, Víctor Enrique y José Miguel. Un hogar caracterizado por sólidas convicciones cristianas.
La amazonia, este admirable y complejo escenario natural, fuente de prolífica biodiversidad, ha marcado con énfasis su biografía. La amplitud de experiencias, exploraciones, viajes y aprendizajes -de casi una década- fue determinante a fin de diversificar su visión de la realidad peruana y, especialmente, le propició adquirir vivencias que trasladaría en trascendentes proyectos venideros.
Fue jefe de la Base Aérea de Iquitos (Loreto), durante aproximadamente diez años, en donde asentó un zoológico. Recorrió zonas de difícil acceso como el lago Rimachi, el pongo Manseriche -denominado “bastión de la peruanidad” por Fernando Belaunde Terry en su obra “El pueblo lo hizo”- Yarinacocha, Pacaya Samiria, Tamaya, Manu, entre otros lugares enrevesados que lo han convertido en acucioso conocedor de nuestra geografía.
Destacó su reciprocidad con la Misión de Santa María de Nieva (Condorcanqui, Amazonas) -instalada el 13 de octubre de 1949 y conducida por el padre jesuita Gonzalo Puertas González- con la que concibió un estrecho lazo de cooperación. También, realizó vuelos de acción cívica a incontables rincones de esta franja tropical. Tenía por costumbre recibir animales silvestres de los pobladores nativos, a cambio de proporcionar recursos logísticos para su subsistencia, a fin de incrementar la colección zoológica a su cargo.
En medio de esas travesías alternó con Fernando Belaunde Terry, candidato presidencial de Acción Popular (1962), quien estaba acompañado de su joven discípulo Carlos Pestana Zevallos. El régimen otorgó, al aspirante al Poder Ejecutivo, facilidades para recorrer esa área: Enrique es escogido para transportarlo en su trayecto de varios días. Los resultados electorales se anularon y al año siguiente -en las elecciones generales- este postulante ganó la jefatura de Estado.
En este contexto, conoce a un reputado integrante de la comitiva del primer mandatario durante su llegada a Iquitos: Felipe Benavides Barreda. Para aquel entonces era un referente notable del movimiento de conservación de la naturaleza -se había enfrentado en 1954 a la poderosa flota pesquera del magnate griego Aristóteles Onassis en su incursión en el mar territorial para cazar ballenas- y, coincidentemente, presidía el comité organizador de la Sociedad Zoológica del Perú, concebido con el propósito de erigir un zoológico en la Ciudad de los Reyes.
Poco tiempo más tarde es escogido como uno de sus edecanes. Desde esa función participó en la formación del Parque de Las Leyendas (1964) sobre una extensión de 15 hectáreas y con una concepción simbólica de nuestras tres regiones naturales. Enrique tiene grandes habilidades para diseñar y dibujar. Por tal razón, elaboró y llevó a cabo la construcción de la Zona Selva, en la que implementó una isla, una cocha y un caserío; se ocupó del trasplante y sembrío de la vegetación autóctona; delineó jaulas, trochas y espacios abiertos para aves, mamíferos y peces que trasladó desde el zoológico de la Base Aérea de Iquitos.
En esta iniciativa asumieron indudable protagonismo Violeta Correa Miller -secretaria del despacho presidencial- y Felipe Benavides Barreda, que sería designado en la conducción del Patronato de Parques Nacionales y Zonales (Parnaz), organismo del Ministerio de Fomento y Obras Públicas encargado de la administración del Parque de Las Leyendas. Enrique formó parte de su directorio hasta su disolución en la dictadura de Juan Velasco Alvarado (1968-1975). En su reemplazo se creó el Servicio de Parques (Serpar), bajo el ámbito del Ministerio de Vivienda y Construcción. Fue su primer presidente y su cometido inicial consistió en planear y edificar los parques zonales de nuestra metrópoli.
Nos frecuentamos cuando lo convocaron como asesor ad honorem del Parque de Las Leyendas (2000). Así surgió nuestra genuina amistad, alimentada por comunes aprecios, evocaciones e ideales. El 2004 es nombrado para conducir su Consejo Directivo, un justo tributo a uno de sus más connotados precursores. Su obra más relevante es haber logrado actualizar su Plan Maestro, el documento más trascendente en el desarrollo y proyección de este singular escenario, elaborado por el renombrado arquitecto norteamericano Robert Everly (1964). Han sido innumerables sus esfuerzos para encaminar el crecimiento del parque en concordancia con sus lineamientos.
Recuerdo emocionado sus generosas palabras al presentarme cuando me correspondió sucederlo, el 29 de agosto de 2006: “Wilfredo y yo hablamos el mismo idioma, además conoce el parque desde hace muchos años y ha sido cercano colaborador de Felipe Benavides”. A mi turno, destaqué que “era un honor recibir la presidencia de manos de un compatriota con impecables credenciales éticas, cívicas y ciudadanas”.
Al respecto, comparto un fragmento de mi carta entregada a Enrique a las pocas horas de ocupar tan honorable encargo: “Nos esperan innumerables desafíos que solo superaremos en la medida en que juntos continuemos la obra emprendida, hace varias décadas, por un visionario puñado de peruanos. Usted conoce los infortunios y complejidades de nuestro sistema estatal, habituado, entre otros males, a asumir comportamientos sectarios, exhibir escasa transparencia y renuente al reconocer y proseguir la tarea emprendida por anteriores administraciones. Mi gestión con su presencia marcará la diferencia, una diferencia ética y de insoslayable proyección institucional”.
El diáfano testimonio de José Enrique Barreto Estrada debe inspirarnos para afirmar nuestro compromiso con “este Perú hermoso, cruel y dulce, y tan lleno de significado y de promesa ilimitada”, como anotara José María Arguedas. Su biografía es expresión de un sacerdocio al servicio del bien común, una confirmación de integridad, un ejercicio indeclinable de perseverancia y un apostolado de valores religiosos. Mi sincero tributo a tan excelso, noble y querido amigo.