El Perú y sus demonios mentales
Por Amelia Quesquén:
¿No te pasa que en muchas ocasiones quieres dejar de leer y ver noticias, porque constantemente te encuentras con acciones tan inhumanas que parecen no ser realizadas por personas racionales, como nosotros? dentro de estas, por ejemplo, el de un persona que pone una granada en una discoteca porque no lo dejaron ingresar; o aquel caso escalofriante como el de Eyvi Ágreda, a la cual le rociaron combustible y prendieron fuego cuando se encontraba dentro de un bus; y que decir de la mujer que fue hallada en un cilindro con cemento y cal; sin dudas son noticias que te llevan a querer cerrar la ventana y no ver más el caos en el que se convirtió tu país por actos como esos.
Entonces me pregunto ¿Qué pasará por la cabeza de esas personas para poder realizar actos tan brutales como esos? ¿Cuál es el problema o disconformidad por la vida para no tener el suficiente equilibro y realizar actos tan fríamente feroces en perjuicio de otros? ¿Por qué les cuesta tanto aceptar o tolerar decisiones contrarias a las suyas?
La respuesta no se encuentra en simples suposiciones de lo que pudo suceder, o tratando de juzgar de “locos” a quienes realizan esos actos; la respuesta se encuentra en el estado de salud mental deficiente, en el que se hallaban esas personas al momento de realizar los actos.
Muchos de nosotros, cuando escuchamos el término de salud mental, pensamos en enfermedades mentales; sin embargo, salud mental es mucho más que la ausencia de enfermedades mentales, es concebida como un proceso dinámico de bienestar que permite a las personas desplegar sus habilidades, afrontar el estrés normal de la vida, trabajar de manera productiva y fructífera, y hacer una contribución significativa a sus comunidades[1]; esto lo demostramos en la vida cotidiana, con el modo con que cada uno se lleva con su familia, en el colegio, trabajo, con sus amigos, en su barrio, con su pareja, en la comunidad, etc. Los avances en el conocimiento actual muestran su vinculación inextricable con la salud física y el bienestar social. Esta interrelación, indica que la salud mental es decisiva para asegurar el bienestar general y progreso de las personas, familias y colectividades; en ese sentido, cuando hablamos de la felicidad, de la tranquilidad de espíritu, de la capacidad de goce o satisfacción, estamos usualmente hablando de salud mental.
Considerando el constante problema mencionado al inicio, el Ministerio de Salud, a través de su portal de datos abiertos, informa que hasta la quincena de setiembre del 2017 se atendieron 817,096 personas con trastornos de salud mental. Sin embargo, lo preocupante es que el 70,6%[2] de la población con problemas de salud mental se encuentran desatendidos, esto debido a diferentes factores (económico, familiar, tutorial, entre otros). Lo que trae como consecuencia que sigamos viendo estos actos aberrantes ante el ojo humano.
Vale la pena resaltar que muchas autoridades nacionales, regionales y locales no tienen en su agenda de prioridades a la salud mental de su población, o no cuentan con programas y proyectos viables y sostenibles para su abordaje. Probablemente, porque conciben a la salud mental y sus problemas como temas muy subjetivos, difíciles de afrontar y con resultados poco esperanzadores en comparación al manejo de otros problemas de salud pública cuyos tratamientos son más conocido y tienen soluciones en el corto plazo.
Por otro lado, sabemos que los gestores de salud mental tienen una participación limitada en los procesos de toma decisiones sobre la distribución del presupuesto y deben implementar procesos de incidencia política para lo cual no siempre están preparados.
Entonces, teniendo claro el contexto y porcentajes alarmantes, cae de madura la pregunta: Si sabemos del alto índice de personas con deficiente estado óptimo de salud mental ¿Qué viene haciendo el estado por prevenir o por mitigar ese porcentaje?
Si bien, contamos con el “Plan Nacional de fortalecimiento de servicios de salud mental comunitaria 2018-2021”, el cual tiene como objetivo incrementar progresivamente el acceso de la población a servicios de promoción, prevención, tratamiento, rehabilitación psicosocial y recuperación de salud mental; ¡Siguen siendo buenas intenciones plasmadas en papel! ¡Se debe de actuar ya! Y no solamente en coordinación con el MINSA, si no, de manera general con diferentes instituciones como el Colegio de Psicólogos del Perú, el cual podría brindar algún tipo de apoyo respecto a campañas, sensibilización, charlas, capacitaciones o promoviendo la carrera; del mismo modo con MINEDU, a fin de contar con más profesionales en salud mental en los centros educativos y no sólo tener un psicólogo por colegio; de igual manera, con las instituciones, a fin de sensibilizar sobre la necesidad de contratación de especialistas, los cuales aparte del apoyo en el reclutamiento de personal, se encarguen de evaluar periódicamente a los trabajadores que frecuentemente sufren de estrés, ansiedad, depresión, entre otros problemas.
Hay toda una gama de opciones las cuales puede el gobierno implementar, pero eso sí, es prioritario crear una política de estado enfocada en dicho problema, pues es tarea del gobierno el prevenir que siga avanzando éste porcentaje. ¡Háganlo por el bien de los peruanos y en favor de una salud mental sana y preventiva!
[1] Organización Mundial de la Salud. Promoción de la salud mental: conceptos, evidencia emergente, práctica. Informe compendiado del Departamento de Salud Mental y Abuso de Sustancias de la Organización Mundial de la Salud – Victorian Health Promotion Foundation (VicHealth), Universidad de Melbourne. Ginebra: OMS; 2004. Disponible en: http://www.who.int/mental_health/evidence/promocion_de_la_salud_mental. pdf
[2] Plan Nacional de fortalecimiento de servicios de salud mental comunitaria 2018-2021.