El nuevo virus: Dejar en “visto”
Por: Wilfredo Pérez Ruiz
Los modales se perciben en cada una de nuestras actividades en el ámbito social, laboral o familiar, por más insignificantes que éstas sean. En tal sentido, se evidencia en nuestra interacción en las redes sociales y en la atención brindada a las comunicaciones por Messenger o WhatsApp, entre otros. Justamente a esto último me referiré en esta ocasión.
Está en boga dejar en “visto”. Este germen ha sido contagiado a expertos en etiqueta social, protocolo y ceremonial y, además, colegas, amigos, parientes y conocidos. Nadie se salva de esta pandemia. Al parecer, el denominado “visto” asintomático no diferencia sexos, edades y procedencias. Se caracteriza por su rápida y masiva propalación en épocas de apremios e indelicadezas.
Me genera indignación, al igual que otras tantas situaciones de nuestra existencia diaria, la ausencia de rechazo ante este proceder; es una suerte de “nueva normalidad”, observada con indiferencia y resignación, para emplear un término de moda. Parece no asombrar o disgusta a nadie. En lo personal me sorprende comprobar cómo el uso de las tecnologías altera la convivencia humana.
Comenzaré esclareciendo lo siguiente: los códigos en el intercambio verbal difieren de los empleados en un enlace virtual. También, es verdad que las incomodidades en relación al flamante “visto” están conexas a la expectativa de obtener respuesta y, con particular énfasis, a los niveles de madurez emocional del emisor, a la confianza en sí mismo y al vínculo con el destinatario.
Todavía carecemos de normas establecidas para atender los mensajes y en el lapso en que deben éstos hacerse. Existe un conjunto aún incipiente de preceptos; sin embargo, concurre el afamado “sentido común”, entre otros elementos a considerar, al que sugiero apelar para orientar nuestra actuación a través de los dispositivos electrónicos.
Del mismo modo, debemos anotar que los tiempos y las urgencias por estas plataformas difiere de los vigentes en términos reales. Por ejemplo, alguien que recibe un mensaje cuando está ocupado, se reserva para más tarde su respuesta. Pero, esto no precisamente es asimilado por el emisor, entre otras motivaciones, por carecer de medios emocionales para evitar pensar mal; por lo tanto, ejercerá determinadas y reiteradas imposiciones a fin de lograr una contestación.
Aconsejo actuar con empatía y tolerancia frente al virus “visto”. Comprendamos las posibles motivaciones de nuestro interlocutor. Hay personas -conozco varias de ellas con bastante tiempo de ocio- ansiosas de escribir en exceso, incluso cuando la conversación ha concluido. Coexisten quienes las usan para desahogar carencias, penurias y soledades; eso genera innegable molestia.
Sin embargo, bien valen las siguientes interrogantes: ¿Cómo explicar cuando alguien atiende otros mensajes y esquiva el nuestro? ¿Qué pensaríamos de quien está un fin de semana desconectado, pero tampoco responde el día lunes? ¿Qué interpretación tendremos de quien presiona para obtener respuesta, pero no exhibe igual prisa con los recibidos? ¿Qué cavilamos del que se incomoda en atender sus mensajes y soslaya imaginar el idéntico fastidio generado por los suyos?
Este complejo dilema se resolvería a partir de transparentar los instantes en que nos hallamos enlazados con los medios virtuales y eludir colocar siempre “todo el tiempo conectado”. De esta forma, informamos con amabilidad los momentos en que estaremos disponibles y convendría acompañar una escueta explicación cuando demoramos más de lo usual en contestar; así sorteamos erradas interpretaciones y una negativa impresión. Este será un pertinente antídoto contra el “visto”.
Una anécdota personal: mis alumnos se sorprenden de la atención y celeridad brindada en mis variadas redes sociales. Agradezco los comentarios altamente elogiosos; me cuesta consentir que hayan descendido tanto nuestros estándares de afabilidad e inclusive alcance esta peste el quehacer de profesionales dedicados a la docencia. ¡Lamentable!
Por último, insistiré con perseverancia en la urgencia de contribuir todos -con la coherencia, dignidad y permanencia de nuestro proceder- a concebir una sociedad en la que prevalezcan sólidos valores encaminados a garantizar una óptima coexistencia. No requerimos buscar, importar o inventar ninguna vacuna para este noble e invalorable propósito; está en nuestras manos internalizar la buena educación. Así lograremos la codiciada “inmunidad de rebaño” frente a esta lesiva infección que ha deteriorado nuestra calidad de vida.
Asumamos la determinación de renunciar a la asintomática indolencia y lacerante descortesía imperante en nuestro entorno. Seamos capaces de replantear con sapiencia nuestra conducta y tengamos presente las palabras del célebre dramaturgo, guionista y productor de cine Jacinto Benavente: “La verdadera educación se demuestra cuando se pierde le educación”.