El maravilloso encanto de la lectura

Por: Wilfredo Pérez Ruiz

La lectura es uno de los quehaceres más enriquecedores que logramos experimentar. Etimológicamente “leer” viene del verbo latino «legere» que significa «coger»; consiste en descifrar un mensaje y comprender lo que está escondido tras unos signos exteriores. Es decir, desentrañar y descubrir. Facilita conducirnos a un universo infinitamente profuso y, además, hace posible explorar escenarios insólitos e impredecibles.

No obstante, en algunos sectores la población, su práctica disminuye debido a múltiples causas: apremios cotidianos, elevados costos de la industria editorial, falta de tiempo, uso masivo de las redes sociales, ausencia de real interés y valoración, etc. Todavía subsisten quienes la consideran una actividad compleja, aburrida y carente de trascendencia.

A mi parecer, existe un grado de responsabilidad en el entorno más íntimo: la familia, las que evaden su incorporación en sus aspiraciones de crecimiento. “Dime como es tu biblioteca y te diré quién eres”, es una expresión que me recuerda cuando intento -incontables veces en vano- comentar acerca de su repercusión. Sin duda, ésta es el “espejo” de las ambiciones intelectuales de un hogar.

Aquellos padres ajenos y apáticos a la lectura están desprovistos para sostener conversaciones lúcidas, interesantes y documentadas conducentes a ilustrar a sus hijos. Una situación análoga sucede cuando -entre incluso personas de elevado estatus académico- las tertulias están referidas a tópicos económicos, problemas íntimos, familiares, enfermedades y pormenores laborales. En tal sentido, podemos verificar su omisión entre quienes participan solamente de domésticas, intrascendentes y limitadas pláticas.

El genial literato Jorge Luis Borges decía: “He leído mucho, pero he vivido poco”. Según afirmó el autor de “Aleph” esta expresión corresponde cuando tenía 30 años de edad. Tiempo después descubrió -a pesar de su ceguera- que la lectura era una forma de existir intensamente y, en la tarde de su vida, concluyó que había vivido bastante.

Por su parte, la escritora Carmen Lomas Pastor, en su obra “Hogar familiar” señala: “…La lectura tiene una gran importancia en el proceso de desarrollo y maduración de los niños. Proporciona cultura, desarrolla el sentido estético, actúa sobre la formación de la personalidad, es fuente de recreación y de gozo. Constituye un vehículo para el aprendizaje, para el desarrollo de la inteligencia, para la adquisición de cultura y para la educación de la voluntad”. Representa una forma atrayente y profunda de involucrarnos con nuestro mundo interno y nuestra realidad.

Abarca el desenvolvimiento de insospechadas capacidades: contribuye a perfeccionar el lenguaje oral y escrito al incrementar el vocabulario y afinar la ortografía; acrecienta y alienta las relaciones interpersonales; facilita la exposición del propio pensamiento y viabiliza la facultad de desplegar el juicio crítico; activa las funciones mentales y agiliza la inteligencia; abre la imaginación y creatividad; aumenta el bagaje ilustrativo, proporciona información, sapiencia y expande el horizonte intelectual.

Leer incorpora elementos favorables de utilidad en el ámbito individual y laboral y, especialmente, se tiene mayores recursos para alimentar períodos de reflexión y toma de decisiones. Exhibe un panorama más diverso que ennoblece nuestro pluralismo, espíritu de apertura y mejor entendimiento. Es una afición que envuelve, dignifica y comunica un deleite especial.

Conlleva inmenso beneficio en la construcción espiritual, moral y pensante; coadyuva en la instauración de una colectividad de hombres y mujeres perspicaces; posibilita sentirse libre y disconforme; es un inestimable factor de sublevación de la conciencia e impulsa el análisis crítico. Su valía puede ayudarnos a forjar una comunidad distanciada de la manipulación, el engaño y la influencia sórdida.

Al mismo tiempo afianza la tolerancia, la empatía y las destrezas sociales. Cumple una misión trascedente en el engrandecimiento de las habilidades blandas cada vez más requeridas en los procesos de colocación y evolución profesional. Es un medio para escapar de las presiones, frustraciones y desgracias y, por cierto, un estímulo terapéutico de formidable connotación.

Qué duda cabe, los libros son nuestros eternos confidentes. A ellos recurrimos en momentos de soledad, indecisión y desasosiego; logran que permanezcan imborrables, en la retina de nuestras remembranzas más intensas, los personajes, autores, escenarios y vivencias que nos marcaron e impactaron. Son nuestros inseparables amigos, cómplices y acompañantes.

Tenga en cuenta: la lectura es indispensable para superar carencias, incógnitas y vacíos. Darle valor será concluyente para alcanzar una sociedad revestidas de cualidades y valores encausados hacia una excelsa convivencia humana. Comparto lo aseverado por el Premio Nobel de Literatura (2010), el afamado Mario Vargas Llosa: “Seríamos peores de lo que somos sin los buenos libros que leímos, más conformistas, menos inquietos e insumisos y el espíritu crítico, motor del progreso, ni siquiera existiría. Igual que escribir, leer es protestar contra las insuficiencias de la vida”.

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