Aportes y tips para un anfitrión
Por: Wilfredo Pérez Ruiz
Cuando invitamos a compartir en nuestros hogares debemos desempeñar este importante rol -que demanda indudables orientaciones- con satisfacción, espontaneidad y pericia. Este cometido va más allá de formular la invitación y trasladar a otros sus pormenores y obligaciones. Aplicar la empatía, la proactividad y la urbanidad serán los requisitos más saltantes para cumplir este propósito con prestancia. En síntesis, acoger al asistente con naturalidad y afabilidad.
Para empezar, sugiero poseer amplio criterio para seleccionar a la concurrencia, optar el menú, definir la hora, delimitar la naturaleza del encuentro, emplear la vestimenta apropiada, tomar en cuenta el arreglo y la decoración, etc. Con profundidad analizaremos estos detalles que demandan coherente planificación.
Para empezar, tiene especial trascendencia la forma y el lapso para invitar. En lo personal me desagrada la ausencia de esmero. Una informal se producirá con una semana de anticipación. Sin embargo, existen quienes gustan ejecutarlo con uno, dos o tres días previos a la festividad que, por sus peculiaridades, amerita mayor tiempo. Es una falta de cortesía al tratamiento del invitado.
Tengo por costumbre rechazar aquellas que me hacen sospechar que estoy en el “registro de suplentes”. Sobre el particular, reitero lo expuesto en mi artículo “El ´código´ del invitado”: “…En ´perulandia´, un medio saturado de indelicadezas y despropósitos, son cotidianas las convocatorias a último momento. En sinnúmero de ocasiones hemos sido llamados con unos pocos días u horas de antelación para asistir a un encuentro social. Recomiendo demostrar su autoestima y declinar una invitación escasa de consideración. Pues, ello demuestra que usted jamás estuvo en la lista de titulares del evento; sino como reemplazo. Nada tan lejano de miramiento. Contribuyamos a desterrar esa imprudente y criolla tradición”.
Es conveniente ser explícito sobre la inclusión de niños, parejas o acompañantes. Asimismo, sea enfático en indicar la hora; si sus comensales se caracterizan por su reiterada impuntualidad, precise el instante en que se servirá el banquete. Por ejemplo: “Te invito a una comida a las nueve de la noche y deseo informarle que pasaremos a la mesa a las diez”. Si llega cuando están cenando, disponga servirle, únicamente, lo que en ese instante se está consumiendo.
Aconsejo situarse próximo a la entrada para recibir a los asistentes. Coordine la disposición de todo con bastante antelación. Es lamentable y, además, una carencia de deferencia, que el participante encuentre las luces apagadas e instalando mesas, equipos de sonido y los anfitriones todavía estén alistándose. Propongo programar cada suceso con el afán de inhibirse de estas situaciones.
Ofrezca un aperitivo, con unos pequeños bocaditos, antes de pasar al comedor. Es conveniente que el mayordomo sirva variedad de licores y líquidos sin alcohol y, al mismo tiempo, servilletas de bar. En un acontecimiento de gala deberá contar con personal de servicio, del que puede prescindir en un entorno casual. Un mozo bien dirigido y capacitado brindará su óptima atención. Continuamente me alivia innumerables percances.
Cuando lo crea adecuado hará el brindis por el motivo del encuentro. Observo con sorpresa a invitados deseosos de hacerlo cada vez que se llevan la copa a la boca. Nada más fuera de lugar. Tenga presente: solo el anfitrión será el encargado de éste y lo realizará cuando lo decida. En caso sea en honor de un agasajado, deberá agradecerlo. Pero, no cometerá el rutinario descuido de efectuar otro brindis.
Preocúpese por la comodidad y desenvolvimiento de sus asistentes: hará grata la velada. No es difícil, solo exige conocer pinceladas que se olvidan. Advierto anfitriones que exclusivamente conversan y atienden a determinados allegados. Dejan de lado su función de integrar a los partícipes, fomentar temas de tertulia y desarrollar sus aptitudes sociales. Éste será el último en disfrutar y permanecer estático durante la reunión.
Un aspecto primordial: fijará las precedencias en las mesas alternando una dama con un caballero; no se sientan contiguos una pareja de esposos, de igual sexo, enemistadas o que no hablen el mismo idioma. Puede colocar una tarjeta con el nombre del comensal en cada sitio y así prescindirá de esa impertinente costumbre de ubicarse dos mujeres y dos hombres juntos. El dueño de casa estará en la cabecera -mirando hacia la sala- y la anfitriona, al otro extremo de la mesa, de cara a la cocina. Recomiendo que los concurrentes sean un grupo homogéneo, en términos de educación, para evitar actitudes discordantes.
Jamás indague acerca de las razones por las que su invitado no concluye un alimento o bebida. Noto anfitriones con la manía de insistir en saber más de lo debido, lo que, por cierto, nadie está obligado a responder. Las personas comen y beben lo que desean y, reitero, no deben explicación sobre las motivaciones que lo animan a rehuir terminar lo ofrecido. Una reflexión al respecto: la prudencia y la discreción son dos cualidades enaltecedoras. ¡Recuerde!
Si acaece un accidente sea el primero en restarle valor y, además, promueva un diálogo encaminado a soslayar generar atención sobre lo acontecido. Incidentes suceden con frecuencia: haga lo posible por resolver el inconveniente e impida que estas situaciones banales perjudiquen su encuentro. Esté preparado para esas eventualidades y prescinda de adornos u objetos que puedan propiciar un contratiempo.
Obvie discusiones acaloradas, temas indiscretos, inelegantes, habladurías y comentarios negativos acerca de un prójimo ausente o que puedan originar molestia. Usted será responsable de lo acontecido y tome en cuenta, al adoptar una decisión, las palabras del político y filósofo Marco Tulio Cicerón: “Haz aquello que sea lo mejor que haya que hacer”. Promueva platicas agradables y orientadas a suscitar consensos. Si alguien insiste, hágale saber con firmeza que ese asunto o revelación es inadmisible. Es una atribución suya a la que deberá recurrir.
Recomiendo omitir invitar personas con una conducta deslucida e impropia: generarán un clima de malestar y contrariedad colectiva que podría hacer peligrar el éxito de su evento. Sería mejor evitar la presencia de quienes actúan de modo impropio en sociedad. En ocasiones debemos excluir de acoger a señoras y señores, desprovistos de pericia para desenvolverse con tino y educación, por más proximidad familiar o amical existente. Es necesario asumir esta coyuntura con serenidad y, por lo tanto, pensar en el bienestar de sus visitantes.
Algunas exhortaciones adicionales: tenga cubiertos de recambio y copas, azafates y menaje de calidad; vea si alguien requiere algo en particular; demuestre su voluntad de hacerlos sentir cómodos; posea analgésicos por si un huésped se siente mal y acondicione una habitación para una emergencia; en su baño exhiba con absoluta pulcritud colonia, peines, papel higiénico, toallas y pañuelos.
Todo acontecimiento es una magnífica oportunidad para acrecentar nuestras reciprocidades humanas, afianzar vínculos sociales, convocar a nuevos integrantes a nuestro entorno, compartir vivencias, evidenciar las habilidades blandas y fortalecer la interacción colectiva. Hagamos de cada suceso un escenario de amena y espléndida recordación. Por último, acompañe a sus visitantes hasta la puerta y manifieste su satisfacción por su presencia. El anfitrión representará su rol, con un talante intachable y asertivo, hasta el minuto final de la actividad.
Actúe con afabilidad, desenvolvimiento, calidez y sentido común. Este rol requiere pertinencia, corrección e inexistencia de protagonismos exagerados; es un arte enfocado a lograr un plácido festejo. Muestre su alegría y apele a esta convincente expresión anónima: “La amabilidad enriquece tanto la vida, que no sé por qué hay tanta gente pobre de espíritu por el mundo”.