El tema de ser diferente en el Perú

Por: Edwin Zelada
Hablar de diferencias es hablar de un tema que se relaciona con todas las personas, lo cual acontece prácticamente desde que nacemos, y es que independientemente, de que recién al tener uso de razón, le prestemos mayor atención, el ser humano siempre ha tenido, tiene y tendrá presente al componente diferenciador en sus vidas. Sin embargo, el ser diferente a los demás, no siempre es placentero o merecedor de orgullo, ya que hay veces que genera conflictos – inclusive con nosotros mismos – por ende, en este artículo se pretende dar un pequeño recorrido por casi todas las etapas de la vida y como se va desarrollando esta decisión de ser diferentes, en algunos casos en gran medida y en otros no tanto.
En tal sentido y para comenzar, tenemos que, conforme vamos avanzando en la primera etapa de nuestra vida, todos iniciamos por el hecho de que queremos ser tal y como lo son la gran mayoría de los que nos rodean y eso – en muchos casos – nos trae conflictos, no solo internos, sino con nuestros padres o aquellas personas que están a cargo de nosotros y lo antes mencionado se puede sustentar, con tan solo recordar nuestra propia niñez, destacando que algunos podemos empezar prematuramente y otros después.
Sin embargo cuando la pubertad asalta y la adolescencia se convierte en algo inevitable para los seres humanos, el tema de la diferencia, se integra con otro componente, en esta oportunidad uno de corte cultural y nos estamos refiriendo al fenómeno peruano llamado “criollada” y es que este tema, denominado también de muchas otras formas – algunas groseras – se vuelve para nuestros jóvenes algo muchas veces difícil de manejar y una vez más, producto de esta determinada cultura, todos quieren hacer lo que los congéneres hacen, pudiendo en este caso el querer adaptarse al igualar una determinada forma de vestir, libar licor, experimentar con el cigarro, asistir a fiestas de amanecida, entre otras cosas negativas más graves y es que para esta etapa de la vida, si es que alguien osa ser diferente puede llegar a ser visto como bicho raro en su generación, teniendo una gran responsabilidad el factor parental, como guía y soporte para los bisoños de la sociedad.
Ahora bien, avanzando en edad, también aparece otro fenómeno que interviene en lo que a la diferencia se refiere y es la llamada madurez, la misma que de acuerdo con la ciencia no tiene una edad especifica de aparición para las personas, pudiendo algunas madurar más rápido y otras demorar más; pero lo que si es cierto es que dicho proceso evolutivo, se convierte en el punto de quiebre para que muchos dejen de querer ser iguales a los demás y empiecen a sentirse felices con determinadas diferencias.
¿Pero a que tipo de diferencias nos estamos refiriendo? Nos estamos refiriendo – principalmente – a una diferencia en la que producto, no solo de la madurez antes mencionada, sino producto de que conforme vamos avanzando en edad, también se van exacerbando las responsabilidades, por lo que, los que hemos decidido ser diferentes queremos marcar esa diferencia – por ejemplo – agregando valor a lo que hacemos en el trabajo o en el estudio, generando o concretando ese negocio cuya innovación está a tope o llevando a cabo la consecución de algún sueño postergado por años; empezando a importarnos muy poco lo que los demás piensen y este tipo de conducta, podríamos decir impasible, puede aplazarse tranquilamente hasta el fin de nuestra existencia.
Claro que no es fácil, llegar a decidir ser diferente a los demás y al mismo tiempo, no sentir reparo alguno y es que el fenómeno cultural antes mencionado (criollada), a pesar de que influya más en los jóvenes, no significa que no repercuta también en los adultos de todas las generaciones, algunos que cada vez mira más de cerca el ocaso de su vida; ocasionando muchas veces estancamiento en el avance de sus proyectos o hasta episodios lúgubres y esto solo se puede superar con aplomo y determinación, entre otros factores claro está.
Por ello y como especie de conclusión a la presente, queda una vez más confirmada la enorme complejidad del ser humano, ya que habiendo deseado casi todos – por no decir todos – ser igual a los demás desde que tenemos memoria, el caso es que muy pocos – o casi nadie – con el tiempo anhela ser diferente a los demás y en mi humilde experiencia este camino hacia la decisión de cambiar de mentalidad, tiene que ver con la adquisición de conocimientos a lo largo de nuestra vida; atreviéndome a plantear la siguiente hipótesis: Cuanta más sabiduría una persona adquiere, más diferente querrá ser de los demás después, y no debido a que esto signifique superioridad o soberbia, sino porque la naturaleza del ser humano tiene que ver con la búsqueda incansable de la verdad y dicha veracidad en este caso coincide con lograr saber al final de nuestra vida: ¿Qué fuimos capaces de lograr? Y lo lindo de filosofar sobre esto, es de que SOMOS CAPACES DE CUALQUIER COSA QUE NOS PROPONGAMOS, PERO CON ESTUDIOS SIEMPRE SERÁ MÁS FACIL.